Hoy vino al trabajo Antonio, vive a dos cuadras del edificio. Tiene casi 80 años, aunque cuando bajamos por la escalera me dijo que era joven por ahora, que no importaba el ascensor, a pesar de que su cuerpo flaquito, y su voz quebradiza.
Vino a ver un departamento grande, me preguntó si había un jardín, algún patio, cuántas habitaciones tenía, si había luz.
Me contó que sus hijos quieren que venda la casa de toda su vida, la de la vuelta, en la que hace 66 años vive, donde él mismo construyó el entrepiso para su hija, y donde viven esos 3 gatos locos donde incluye a su mujer, que está muy enferma y ni siquiera puede atender el teléfono. La casa ya es muy grande para ellos, es muy insegura, muy grande, una casa chorizo, con un patio enorme, techos de 4 metros y medio. Una casa como las de antes. Una casa, para decirlo más claro.
Vino a ver como es el asunto con la constructora, para ver si puede arreglar para vender su casa y que lo utilicen para construir una torre, tirar toda esa casa antigua, que tiene un extenso terreno.
Quiere comprar un departamento, y con la plata que le sobre poder comprar otro para rentar y así poder seguir tirando sin tener que trabajar ni vivir de una jubilación que no le deja comer. Entonces le mostré el que tiene un patiecito, resulta que tiene muchas cosas que no quiere dejar, quiere poner sus mesitas para el jardín, para tomar mate con su mujer, quiere poner sus 60 orquídeas en algún lugar donde puedan seguir viviendo, quiere por lo menos llenar con un poco de recuerdos este lugar tan prefabricado.
Me dijo:
“cuando uno es padre decide por los hijos, cuando uno está como yo, los hijos deciden por uno, viste”
Se fue y me dejó su dirección, ya que el teléfono no lo puede atender, me dijo.